Buenos días amigos:
España, otrora el paraíso de la salidita y el cachondeo, se nos ha vuelto (nos la han vuelto) cada vez más europea. Indudablemente, el dichoso asunto del tabaco, sobre todo en invierno, ha mermado de una forma bastante considerable el volumen de facturación del sector hostelero y está poco a poco acabando con pequeños negocios que, por no tener la posibilidad de disponer de terraza, no pueden siquiera aprovechar el tirón de la temporada primavera-verano.
Pero, dejando a un lado la prohibición del consumo del tabaco en los espacios hosteleros cerrados, concurren otros factores desastrosos para este sector, supuestamente uno de los pilares que aún sustentan nuestra precaria economía, como son la presión fiscal, la falta de incentivos para la contratación y, claro está, el bolsillo cada vez más menguado de la clientela, especialmente conservadora en sus gastos "superfluos" ante las expectativas tan negativas que nos aquejan y ante la falta de seguridad en el futuro. Incertidumbre y más incertidumbre.
Creo que era el cínico y cachondo mental de Chesterton quien apelaba de la siguiente manera a las autoridades públicas británicas: "¡Quítenme lo necesario, pero nunca lo superfluo!". Evidentemente, no todos podemos permitirnos el lujo de vivir instalados en lo superfluo (marca indudable de calidad de vida), máxime por no disponer del poder adquisitivo del bueno de Chesterton, pero se nos ha desenclavado de nuestra conciencia colectiva algo tan español como pegarse un gustazo hoy y mañana...Dios proveerá.
Ahora bien, como siempre, todo el mundo se busca su pequeña o gran solución a la hora de construirse agarraderas vitales y, por tanto, a la hora de constituir su particular válvula de escape ante la espantosa rutina ("detrás de toda rutina hay un mensaje de muerte", dijo no sé quién), y ello pasa muy frecuentemente por montarse la fiesta en su propia casa, como en toda Europa o, mejor dicho, como en todo el mundo menos, hasta hace poco, en España, siempre "farolillo de calle".
A la luz de todo lo dicho -y de ciertas cosas que aún podríamos añadir-, podemos explicar el incremento tan notable que han experimentado los portales de venta por internet de productos alimenticios de corte gourmet, especialmente aptos para enaltecer celebraciones y reuniones sociales domiciliarias. Hay que tener en cuenta que, en hostelería, los precios al cliente final están inflados por la repercusión en aquéllos de los gastos y margen beneficial del hostelero, quien, además, desgraciadamente está cercado por problemas financieros y tributarios de toda especie. Además, con gran frecuencia, bajo la consigna de no arriesgar lo más mínimo, referencian en sus cartas productos que lo mismo se pueden encontrar en el bar de al lado como en el lineal de un hipermercado, con lo que la exclusividad se va al garete. En fin...